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Mostrando entradas de mayo, 2022

Aquella tarde de otoño

 Aquella tarde de otoño donde bajabamos por la escalinata del parque, llevabamos el mate y unas facturas para compartir. Nos ubicamos cerca del anfiteatro mirando a la costanera, pensamos en pasar una tarde hermosa. La idea era conocernos, charlar, mirarnos, compartir. Las hojas ya habían caído y no trajimos ni una manta para sentarnos, bucamos un banco  y ahí nos quedamos. Me pediste que me quite los lentes de sol, querías conocer mi mirada, y sentirte bajo ella. Yo no sabía que habías sufrido tanto por tu relación anterior y qué todavía lo tenías presente a él. Casi lloraste en mis brazos, y no me quedó otra opción más que abrazarte, como si eso fuera tan díficil. Se me cruzo pensar por un segundo mientras estabamos juntos, que los recuerdos dolorosos son como las hojas en otoño, caen de a muchos como si fueran lágrimas lágrimas, y luego el viento se los lleva, hasta que ya no hay nada, y se va el dolor también. Quedan así lejos, en el suelo, siendo consumidas, hasta que uno no sabe

Charla sobre la salud mental

 El miércoles pasado asistí a la charla sobre la salud mental. Mientras esperabamos en la asociación civil, Martín, mi tocayo, me presentó a su hermana, pero yo no le presenté a mí mamá, aunque el tampoco tenía interés en conocerla. Fue lindo ver a los compañeros y a sus familiares disfrutar y cultivarse con el evento. Ese día lo más llamativo para mí fue descubrir, aunque la palabra correcta tal vez sea develar, o que quizá me fue revelado, qué quiénes más sabemos sobre los padecimientos que afectan la salud mental somos los usuarios de tales servicios. Que si bien un profesional puede mediar, gestionar, tratar, escuchar, aconsejar, no necesariamente conoce los pormenores de vivir con una enfermedad mental. Es a través de contar nuestra experiencia que, en parte, los profesionales tienen material de primera mano para realizar su trabajo, por lo qué es de vital importancia ser honesto y explayarse, porque para ellos puede ser una charla por demás de valiosa, incluso pudiendo ayudar a o

Cuando viajaba aburrido en un coche

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  Tenía que viajar de Santa Fe a Diamante, quería ir al motoencuento. Esta vez el viaje no era en moto. Salíamos con Javier mi primo, Mauricio un amigo, y mi papá. Habíamos preparado las cosas esa mañana mismo y a la tarde ya partíamos, se iba haciendo de noche. Aunque el camino parecía corto, nos tomamos un tiempo en llegar. Cada tanto me dormía entre las charlas y el mate, el mate que iba y venía. Acaso era que viajaba aburrido en un coche, sería eso lo que causaba la somnolencia. No tendría porque aburrirme así, ya que no es algo de todos los días viajar con un amigo y en familia unos días a disfrutar de un evento, con motos, alcohol, bandas de rock y mucho ruido. Estas salidas no abundan en mi vida, son algo fuera de lo común, así lo fueron y así serían por un buen tiempo más. Estabamos llegando al motoencuentro en el camping de Diamante. Paramos en el portón, pagamos las entradas y uno de la organización se acerca a mi papá que manejaba, para decirle que los autos van en otro lado

Negro sobre blanco

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 Puedo poner negro sobre blanco, en la multiplicidad de colores de la existencia, en la multiplicidad de opiniones sobre cuestiones, en la multiplicidad de razones sobre pensamientos, puedo poner negro sobre blanco. Puedo poner negro sobre blanco, puedo ordenar, jerarquizar, relacionar, apreciar, admirar, criticar, develar, puedo poner negro sobre blanco. Puedo poner negro sobre blanco, cuando tengo confianza, cuando estoy tranquilo, cuando pienso con claridad, cuando controlo mis emociones, puedo poner negro sobre blanco. Puedo poner negro sobre blanco, entre otras cosas que puedo hacer y me gustan, como jugar a las cartas, al fútbol, al ajedrez, como rolear, y tantas cosas más, puedo también poner negro sobre blanco. Y como puedo poner negro sobre blanco, puedo ser bondadoso y colaborativo, voluntarioso y capaz, sereno y pensativo, pero malvado y perverso jamás, porque puedo poner negro sobre blanco.   

Felicitat

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  Iba el bardo caminando triste por lo callejones de la ciudadela, al bardo que cantaba tragedias y desdichas, que se había vuelto sabio en ellas, se había obsesionado en el último tiempo con la felicidad. Pero tenía un problema, nunca había pasado un día entero feliz, así que conseguirla como él la quería no podía. Le era menester porque ansiaba escribir una gran canción y con su guitarra ir cantando por todas las tabernas y alegrar a la gente en vez de provocar lágrimas. Unos días después, en uno de esos antros nocturnos que él frecuentaba, mientras charlaba con una damisela, alguien se le acerco al pasar y le dijo que unas brujas que viven abajo del puente camino a la montaña tienen todo tipo de pociones incluída la que causa felicidad. Intentó contestarle, pero cuando giró ya no había nadie atrás. A la mañana siguiente, como siguiendo una corazonada, salió en busca del puente que le habían mencionado. Fue en un caballo que consiguió en el establo siguiendo la dirección correcta no